domingo, 11 de abril de 2010

"El ojo del leopardo"

“El ojo del leopardo”, de Henning Mankell (ed. Tusquets, 2010), se encuentra situada dentro de la serie de novelas que el autor sueco ambienta en África, manteniendo su estilo narrativo que encontramos en la serie del inspector Wallander, pero profundizando aquí en la problemática de un continente fascinante.


La novela comienza en el año 1987, con el sueco Hans Olofson, de 43 años, enfermo de malaria, a punto de morir. En un estado febril, entre sueños y delirios, recuerda los motivos por los que llegó a África, 18 años antes, con la intención de quedarse únicamente unos pocos meses.
Hans llegó a Zambia con la intención de cumplir el sueño que Janine no pudo cumplir antes de morir, encontrar la tumba de un conocido misionero. Las razones que le llevan a intentar cumplir esta misión y los detalles sobre la vida de Janine los iremos descubriendo a lo largo de la narración.

Los recuerdos de Hans se remontan hasta su infancia, con un padre alcohólico y una madre que los abandonó. Hans conoce al hijo de un juez con el que entabla una amistad llena de obstáculos, ya que tienen que superar una gran desigualdad social. Conocen a una joven, Janine, con un pasado emotivo y trágico y, a partir de aquí, cambiará completamente su vida. El relato de las trágicas vicisitudes vividas junto a su amigo y a Janine compondrá uno de los hilos argumentales de la novela.

El otro hilo principal comienza con su llegada a Zambia, con un aterrizaje caótico pero común en el resto de visitantes, “El encuentro de Hans Olofson con el continente africano no es nada especial, no tiene nada de extraordinario. Él es el visitante europeo, el hombre blanco con su arrogancia y ansiedad, que se defiende ante lo desconocido censurándolo de inmediato”.
Desde el primer día comienza a odiar África y descubre también un lugar lleno de contrastes e injusticias. Las reflexiones del protagonista nos irán desvelando las características de un lugar lleno de misterios, “En África la muerte siempre está presente”; “En África uno no aumenta sus conocimientos, disminuyen cuando crees que vas entendiendo”; “En este continente hay algo que marcha al revés. Cuando alguien limpia, la suciedad se extiende aún más”. Pero lo más trágico será descubrir la realidad de un país, recién descolonizado, en el que los blancos racistas añoran el poder que ejercían sobre la población negra y los negros reprimen un odio que puede estallar en cualquier momento.

De forma irracional, Hans decide quedarse en el continente y a lo largo de la narración iremos descubriendo las razones de su decisión. La narración nos llevará hasta un continente plagado de contrastes, que fascina y atemoriza por igual, con un personaje que a pesar de llevar viviendo casi 20 años en él, se ha dado cuenta de que nunca será capaz de abarcarlo o comprenderlo parcialmente. Le encontraremos como granjero, dando empleo a 200 africanos, pero con la amenaza de sufrir la ira de sus subordinados, “cada día me encuentro frente a frente con doscientas personas negras que quisieran matarme, cortarme el cuello, ofrecer mis órganos sexuales, comerse mi corazón”.

Estamos ante una historia dura, narrada con la genialidad ya natural de Mankell, con un protagonista que arrastra deudas pendientes y sentimientos de culpa, mientras descubrimos las injusticas de un país en el que no parece haber "ningún tipo de negociación entre blancos y negros. Es un mundo dividido y los unos no confían en los otros. Se gritan órdenes desde una distancia abismal, eso es todo lo que hacen”.

El resumen final de la novela nos lo ofrece el protagonista en una de sus reflexiones: “Un blanco no puede nunca ayudar a los africanos a desarrollar su país partiendo de una posición de superioridad”.

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