jueves, 5 de agosto de 2010

"Ten un poco de fe"

“Yo era un descarriado. Yo era adicto al crack, alcohólico, adicto a la heroína, era un mentiroso, un ladrón. Era todas estas cosas. Pero entonces llegó Jesús…”

Éste es el testimonio de Henry Convington, un pastor cristiano con un pasado oscuro que vio como su vida era cambiado al creer en Jesucristo. Henry, junto con el rabino Albert Lewis, son los dos protagonistas principales de “Ten un poco de fe” (ed. Maeva, 2010) un gran libro en el que el escritor y periodista Mitch Albom nos invita a reflexionar sobre temas trascendentales, como la fe, la muerte, la esperanza, el amor o la salvación.

Mitch Albom es conocido mundialmente por libros que se han convertido en best seller’s como “Martes con mi viejo profesor”. Cuando escribió aquel libro, el autor vivió un cambio en su vida después de la experiencia narrada: “Hubo un período en el que ya no podía trabajar más horas al día sin eliminar del todo las dedicadas al sueño. Acumulé logros. Gané dinero. Conseguí honores. Y cuanto más lo hacía, más vacío me sentía, como si bombeara aire cada vez más deprisa en un neumático rajado”. Pero fue un cambio parcial, ya que quería seguir siendo el gobernador de su vida y se rebelaba con todo lo que tuviera que ver con Dios y confiar en su voluntad. Esta lección la aprenderá posteriormente en su relación con dos personajes inolvidables que nos cuenta de forma magistral en este libro. “Esta historia trata del hecho de creer en algo y de los dos hombres, muy distintos, que me enseñaron a hacerlo”.

La historia abarca un periodo de 8 años y comienza cuando Mitch, con 40 años de edad, recibe una propuesta de su antiguo rabino, Albert Lewis, de 82 años. Albert le pide que escriba, cuando llegue el momento, su discurso funerario. En principio acepta, pero reflexionando se planeta la situación, él no es un hombre religioso, está tentado de huir, pero finalmente acepta el encargo.
Comienza así el relato de sus encuentros con “el Rebe”, después de 25 años de separación. Mitch, de origen judío, se había educado en el judaísmo con Albert como rabino. Salió de la universidad conociendo perfectamente las Escrituras judías, pero se alejó de todo lo religioso. No por rebeldía o por una crisis de fe, sino por apatía, por desinterés, imbuido en su carrera de periodista deportivo.

El encuentro con el rabino saca a la luz sus recuerdos de infancia y juventud. Se replantea su fe, su vida hasta ese momento, su espiritualidad. Mitch entrevista a Albert sobre sus experiencias y su fe para poder estar preparado para realizar el discurso. Poco a poco, se sentirá fascinado por la profundidad espiritual de las reflexiones del rabino, “aquel hombre había avivado en mí algo que llevaba mucho tiempo latente… Así pues, seguí acudiendo. Hablábamos. Nos reíamos. Leíamos sus viejos sermones y discutíamos su relevancia”. Acompañará al Rebe hasta sus últimos días, observando con emoción su declive físico, aunque no el mental ni el espiritual. Conforme se acerca el momento de su muerte, mayores serán las lecciones que irá aprendiendo.

El relato de los encuentros entre Mitch y Albert se alterna con la fascinante narración de la vida de Henry. De la misma edad que el autor, tuvo una infancia y adolescencia trágicas que le llevaron a la delincuencia y a ingresar en prisión por un delito que no cometió. Se rebelaba contra Dios, desoyendo las señales que le llegaban. El Señor tenía misericordia de él y le daba oportunidades, pero no escuchaba. Siguieron las tragedias en su vida y continuó de espaldas a Dios hasta que cayó en la droga.

Una noche, desesperado, en peligro de muerte, recurrió a Dios, “¿Me salvarás, Jesús?”… “Había sido un niño con problemas. Un delincuente en su adolescencia. Un mal hombre. ¿Estaría aún a tiempo de salvar su alma?...”. Años después, Mitch se encontrará a Henry, como pastor cristiano que ha sido restaurado y que dedica su vida a los más necesitados. El autor, escaldado por la hipocresía religiosa que ha visto en muchos predicadores, tendrá reticencias ante su persona, pero éstas irán cediendo al comprobar su fe sincera y coherente.

En una época en la que se identifica religión con hipocresía, guerras y odios es necesario leer este libro para encontrar el verdadero mensaje de la Biblia, el amor, la misericordia de Dios hacia el hombre y la invitación de Jesucristo para ser rescatados de vidas vacías, sin rumbo y sin sentido. “La sublime gracia de Dios” que puede transformar a una persona mostrando el poder liberador y perdonador del amor de Dios.

El autor no ofrece ricas reflexiones sobre temas tan interesantes como la existencia de Dios, la vida después de la muerte, la verdadera religión que va más allá de ritos, ceremonias y costumbres, la problemática del sentido del dolor y del sufrimiento, el odio y la violencia en nombre de Dios, los conflictos entre religiones, la necesidad de acudir a Dios no sólo cuando todo lo demás fracasa, el sentido de la vida, la verdadera felicidad, cuáles son las auténticas prioridades, la necesidad del amor y el compromiso en las relaciones, especialmente con Dios y en el matrimonio, etc. El libro afronta también temas que nos ayudará a afrontar situaciones duras, pero que tarde o temprano se nos presentarán, “¿Cómo enfrentar la muerte? “¿Qué haces cuando la jerarquía natural de la muerte te coloca al frente de la fila, cuando ya no puedes seguir escondiéndote detrás de un “no es mi hora”?”, “¿Qué haces cuando pierdes a un ser querido con demasiada rapidez? ¿Cuándo no tienes tiempo para prepararte y, de pronto, esa persona se ha ido?”

Hay ideas y reflexiones del libro que no comparto. Por ejemplo, la afirmación del rabino de que el ser humano es bueno por naturaleza que choca con la enseñanza bíblica. Aplaudo la defensa loable que se realiza de tolerancia entre las religiones y la denuncia de querer convertir por la fuerza, pero no comparto la idea subyacente de que todas las religiones son iguales y lo importante es creer en algo, ya que pienso que lo crucial no es creer, sino en quien depositamos nuestra fe. Otro aspecto que al final queda algo confuso es el tema de la salvación por fe o por obras ya que, a pesar de que el pastor cristiano enseña la salvación por gracia, hay unas palabras al final de libro que dejan atisbar una falta de seguridad en el perdón de Dios que me dejan un regusto amargo.

Aún así, considero que estamos ante un libro imprescindible, conmovedor, impactante, que nos invita a no huir de las reflexiones sobre la espiritualidad, al contrario, nos reta a adentrarnos en el camino de la fe, que “no es fácil, hay problemas que superar, dudas que afrontar”, pero que, definitivamente, vale la pena por lo que encontramos al final.

(Reseña publicada en MujerdeHoy)
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